¡Se acerca uno de los días más esperados del año! La fecha en la que millones de familias se reúnen por todo el mundo para reír, comer y convivir. Así es, estamos hablando de la Navidad. ¡Que época tan excepcional! Es la celebración de un acontecimiento rodeado de milagros. Podemos mencionar los ángeles proclamando las buenas nuevas a los pastores, o la estrella guiando a los sabios del oriente. Pero, ¿marcan estos eventos el propósito de la Navidad? La realidad es que solo son la antesala del milagro más extraordinario de todos los tiempos. El Dios eterno, sin principio ni final, viniendo al mundo en el cuerpo de un bebé. Este es el corazón de la navidad.
John Piper lo describe de la siguiente manera: «La Navidad trata de la venida de Cristo a este mundo. Trata del Hijo de Dios, quien existía desde la eternidad con el Padre, como “el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que Él es” (He. 1:3 NVI).» Que importante es tener presente el corazón de la navidad. Al hacerse una celebración tan popular, ha propiciado que, para muchos, este acontecimiento pase por desapercibido. Nosotros, los que amamos a Dios, no estamos exentos de desenfocarnos a causa de toda la mercadotecnia en torno a esta celebración. Irónicamente, hemos hecho de los regalos materiales, algo más importante que el regalo más valioso jamás dado por la humanidad. Las esferas y luces decoran e iluminan por un momento y se vuelven a apagar, la Luz del Mundo llegó a esta tierra para nunca dejar de brillar.
Celebramos, recordamos, adoramos.
Celebramos a Jesús, el corazón de la navidad, porque nos enseñó la definición de humildad. El Rey de gloria, despojándose momentáneamente del resplandor celestial para abrazar la condición de un ser humano, servir a los pecadores y finalmente, dar su vida por ellos en la cruz. Ese bebé envuelto en pañales, un día estaría colgado en la cruz. En sufrimiento, las tinieblas invadió con su luz.
Recordamos al Mesías, el corazón de la navidad, porque nos amó sin comparación. Nos enseñó compasión, misericordia y bondad. No se ocupó de sí mismo, no vivió para sus deleites, toda su vida sobre la tierra la dedicó en amar, sanar y salvar a personas, entre ellas a las olvidadas por la sociedad. Nos enseñó obediencia, la voluntad del Padre abrazó en sumisión.
Adoramos al Rey, el corazón de la navidad, porque con poder y gran gloria rompió las cadenas del pecado, brindándonos hoy la posibilidad de vivir en rectitud delante de Dios. En ese pesebre, estaba la esperanza y la fortaleza, esperanza para el perdido y fortaleza para el desfallecido. ¡Así mismo, en gloria y poder, esperamos verlo de las nubes descender!
Te celebramos, recordamos y adoramos solo a ti, Jesús, ¡nuestro Rey y Salvador!