Entre las heridas y el perdón

by Mariana Gómez

Hace unos días hice la siguiente pregunta en mis historias de Instagram: ¿Cuál es el principal factor que te impide perdonar o pedir perdón? Las respuestas no distan mucho de cosas que alguna vez yo pensé, y me sorprendió saber la cantidad de gente que batallamos con el mismo pecado: rehusarnos a perdonar. ¿Pecado? Sí. Y más abajo explicare por qué.

Las respuestas en resumen fueron las siguientes: «Pensar que me lastimarán de nuevo», «que la persona que me ofendió no esté arrepentida», «el daño que me hicieron», «el resentimiento de saber que di todo por esas personas que me ofendieron y me pagaron de esa manera», «sentir que no se hizo justicia», «que la persona no sienta culpa», «el querer que pidan perdón», «mi dolor», «la decepción», «pensar demasiado las cosas».

Todas estas respuestas parecen ser válidas ante un acto de injusticia, abuso o repetición de hechos ofensivos hacia tu persona o hacia tus seres amados. Créeme que todos en algún momento hemos pensado en alguna de esas cosas mencionadas arriba. En muchos sentidos hay un mecanismo de supervivencia en nuestra mente, entre ellos está la defensa. Pensamos, «Si dejo que me ataquen y perdono, si actúo con mansedumbre, si soy una persona que perdona rápido y busca la paz, me verán débil y seré presa fácil». Es entonces que sembramos esa defensa, esa de donde brotan los demás argumentos como raíces expandidas en un terreno; esa defensa de una naturaleza caída: el orgullo.

Al menos en nuestra cultura latinoamericana hemos adornado «el orgullo» como una palabra positiva en todos los sentidos. Entiendo que puedas sentirte orgulloso por tus logros o por los de los demás. Ese sentimiento de satisfacción al terminar un proyecto que te costó muchos años de esfuerzo. No me refiero a esos casos, estoy hablando del orgullo que ha sido romantizado disfrazándolo de fortaleza cuando realmente es una completa debilidad y falta de carácter. Ese orgullo que le impide a las personas que te aman acercarse a ti y decirte la verdad sobre aspectos de tu vida porque «contigo nadie se mete y cada quien lo suyo». Ese mismo orgullo es como una roca dura imposible de penetrar, es el mismo orgullo que te impide perdonar o pedir perdón, porque ¡ah!, otra cosa: «yo nunca me equivoco».

Te estoy hablando de este tema desde mi frágil y engañoso corazón, porque reconozco que yo misma he sido esa persona. Abriendo mi corazón, no me di cuenta cuan orgullosa era hasta que me casé. Y no sé si se deba a que cuando era soltera nadie me lo dijo por temor a mi rechazo, pero cuando me casé este pecado y falta de carácter salió a relucir más fuerte que nunca. Y a veces pensamos que no perdonar castiga más a la persona que cometió la ofensa, pero te digo algo hermano o hermana que me estas leyendo, el no perdonar te hace más daño a ti, mucho más de lo que te imaginas.

La Biblia nos enseña en Hebreos 12:14-15 que debemos de procurar la paz con todos (esto incluye el perdonar) y cuidarnos de no dejar que broten raíces de amargura que terminen por corrompernos y contaminar a muchos. Esto lo podemos ver en la historia de Absalón (2 Samuel 13), uno de los hijos del Rey David.  A continuación te presentaré una breve reseña:

Absalón tenía una hermana llamada Tamar, y ambos tenían un medio hermano llamado Amnón, este tenía una atracción física y sexual por su media hermana Tamar, y por medio del engaño la violó. Absalón se entera directamente por su hermana. La Biblia solo menciona que David tuvo un gran enojo por lo acontecido, pero hasta ahí. Si bien David era un buen rey y estratega en guerra, como padre le faltaban algunas virtudes. (No hay padre perfecto, no podemos saber porque Amnón no tuvo consecuencias por parte de David). Pero esto hizo que en el corazón de Absalón creciera una raíz de amargura tal, que busco su propia «justicia» y vengándose mató a su medio hermano Amnón (esto no le aseguraba el primer puesto en la línea al trono ya que por lo contrario fue desterrado por asesino). ¿Te imaginas cuanta amargura y resentimiento hicieron estragos en la mente y corazón de Absalón?

La historia nos dice que David por mantener el orden de las leyes no hizo venir del exilio a su hijo que tanto amaba. Leyéndolo así, puedo entender y hasta justificar al “pobre” Absalón, que después de años volvió encendido en odio y rencor, lo que lo llevo a dar un intento de golpe de estado y provocar así una guerra contra su mismo padre. Guerra que llevo al mismo Absalón a su propia tumba.

A continuación veremos 3 puntos que podemos aprender con esta historia:

1.- La falta de perdón te orilla a creer que estás actuando con justicia y que el control de todo está en tus manos.

2.- La falta de perdón hace crecer raíces de amargura que no solo tienen consecuencias lamentables, tales como depresión o enfermedades físicas, sino que contamina a los demás y los arrastra hacia la catástrofe. Como sucede en todos los golpes de estado, Absalón se llevó a muchísima gente, contaminándolos con su amargura contra su padre.

3.- La falta de perdón te lleva a cavar tu «propia tumba». Mientras piensas que tu justicia y tu orgullo te van a llevar a un mejor final, realmente lo único que hacen es aniquilarte lentamente. No necesitas ser Absalón para saberlo, seamos honestos, cuando tienes pendiente perdonar, eres esclavo de tus pensamientos, sentimientos y hechos. No puedes ser libre estando solo, ni mucho menos rodeado de gente entre la cual alguno o muchos te han ofendido.

Después de entender lo dañina que es la falta de perdón, veamos 4 puntos que te ayudarán a perdonar:

1.- Recuerda cuanto Jesús ya te perdonó. A veces tenemos la osadía de creernos Dios, de ponernos en su lugar y creer que tenemos la autoridad de negar el perdón. Pero Jesús, siendo Dios, siendo justo, santo e inocente, habiendose entregado a sí mismo para expiar nuestros pecados mediante una muerte dolorosa, te perdonó. ¿Cuánto? Tus pecados pasados, presentes y futuros (y los de todos aquellos que creen en su evangelio). «Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo.» (Efesios 4:32 NVI)

2.- Recuerda que no somos justos. No podemos ponernos en el papel de fariseo, creyéndonos inmaculados y especiales. Romanos 3:12 dice: «Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.». El perdón que debemos de otorgar debería ser directamente proporcional al que se nos ha dado.

El perdón que debemos de otorgar debería ser directamente proporcional al que se nos ha dado.

Mariana Gómez

3.- Jesús es el juez justo y juzgará todas las cosas con justicia . «Pues conocemos al que dijo: «Mía es la venganza; yo pagaré»; y también: «El Señor juzgará a su pueblo» (Hebreos 10:30 NVI)

4.- Reconoce que tú solo no puedes. Toma de los recursos celestiales que se te han sido otorgados por gracia mediante la fe en Cristo. El Espíritu Santo mora en nosotros y podemos pedir auxilio y ayuda para perdonar. Porque ciertamente nuestra carne no lo hará. ¡Gracias Cristo por enviar al Ayudador! «Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad…» (Romanos 8:26 NVI)

 

 

 

 

 

 

 

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